Programa de radio CADENA SER TORRELAVEGA 26/9/2013
Cuando hablamos de procrastinación , nos referimos a la acción o hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables.
Si nos ponemos a tirar de memoria, seguro que todos recordamos alguna situación en que esto nos ha pasado, y seguramente si fuéramos sinceros con nosotros mismos, podríamos llegar a reconocer que en ocasiones, esta actitud nos ha traído algún problema (ya sea en el ámbito laboral o en el personal, con amigos, familiares o incluso con nuestra pareja)
¿Qué es lo que nos frena a hacer eso que sabemos que nos toca hacer? ¿Qué nos lleva a no actuar? ¿ Cuáles son las causas de esta indecisión?
La primera de ellas tiene que ver con la ansiedad o el miedo a que eso que tenemos que hacer nos afecte de alguna manera. Por ejemplo emocionalmente, imaginaos que deseamos pedir a alguien una cita pero tenemos miedo de ser rechazados. Posponer hablar con esa persona para evitar el rechazo en caso de que fuera a ser así.
Otras veces nos cuesta iniciar o acabar tareas porque podríamos no alcanzar el nivel que nos hemos impuesto. Esto estaría muy relacionado con el perfeccionismo. Por ejemplo, en este sentido puede ser demorar la entrega de un trabajo por miedo a que no sea lo suficientemente bueno, a que no obtenga el resultado esperado o no sea del agrado de nuestro jefe.
La segunda causa, tiene que ver con lo que los psicólogos denominamos baja tolerancia a la frustración. Con esto nos referimos a una supuesta incapacidad para soportar la frustración, el aburrimiento, el esfuerzo, la incomodidad… que nos hace eludir las tareas desagradables, o en caso de que las hayamos empezado, que nos demos enseguida por vencidos. Hace tiempo a un amigo le tocó un viaje a Barcelona para dos personas. Solo tenía que acudir a la agencia de viajes para rellenar unos formularios y ellos le darían el premio. Nunca fue y se quedó sin viaje, su argumento era “buf! Ir hasta allí… a saber el tiempo me llevaría rellenar todo lo que me piden…”. No era capaz de soportar el aburrimiento y el esfuerzo que anticipaba que le iba a generar ir hasta allí, así que… no hizo. Lo que llevó a quedarse sin viaje y a tener una discusión con su pareja, que ya se veía en Barcelona y tenía el viaje planeado.
Otra posible causa es la rebelión. Esta rebelión tiene dos formas de presentarse. Por un lado como una manera de reaccionar a las instrucciones o sugerencias de los demás, por considerar que nos están diciendo lo que tenemos que hacer. Quienes convivan con adolescentes en casa, puede sentirse reflejado ya que, este tipo de rebeldía aparece con frecuencia en la adolescencia.
Y por otro lado, adoptamos una actitud pasivo-agresiva y decimos “sí” cuando queremos decir “no”, para desquitarnos de la presión de otra persona cuando no queremos o no nos atrevemos a decirle que no queremos hacer tal cosa. Decir “si, si…” pero después, no lo hago…
A veces, recurrimos al tópico “yo sin presión no funciono”, nos gusta presumir de que rendimos mejor con la presión del último momento (esto es algo recurrente entre los estudiantes, esto que dicen muchos y muchas de que el día antes es el día que mejor se les queda). Pero es cierto que a veces caemos en la indecisión hasta el último momento, con la esperanza de que la tarea desaparezca milagrosamente o que alguien aparezca y, o la haga por nosotros, o nos ayude a llevarla a cabo.
Pero, ¿Cómo salimos de la indecisión? ¿ Cómo pasamos a la acción?
Cualquiera puede pensar que la solución más evidente para la indecisión, podría ser diseñar un plan de acción ( por ejemplo, un programa para organizar el tiempo en el que fijemos un momento y un lugar para llevarlo a cabo).
La verdad es que esta alternativa de solución es realmente práctica. Si embargo, no es la que en este caso, no es la que recomendamos de forma inicial.
Como hemos visto antes, detrás de las razones por las que demoramos determinadas tareas, más que un problema de organización del tiempo, nos encontramos con dificultades más de tipo emocional ( miedo a fracaso, inseguridad, falta de asertividad para decir que no o dar nuestra opinión, problemas de relación con otra persona por no querer seguir sus indicaciones, problemas más manejar las emociones que no son positivas como puede ser la vergüenza, la pereza, el aburrimiento, la culpa…). Desde nuestro punto de vista, es imprescindible detectar y analizar qué hay detrás de ese constante aplazamiento de tareas. En el momento que sabemos cual es la razón, podemos dar solución a esa dificultad emocional. En la mayoría de los casos, la propia persona simplemente siendo consciente se ese problema o esa situación puede tener estrategias para afrontarlo. Y en los casos en los que ese tipo de emociones sean vividas por la persona con cierta incapacidad para manejarlas porque no tenga sensación de control sobre ellas, entonces sí sería aconsejable que pida ayuda profesional. Una vez hemos dado respuesta a las emociones que hay en la base, es cuando debemos pasar a la práctica, y entonces sí organizar cuándo, cómo y dónde vamos a realizar eso que tenemos pendiente. Si nos saltamos ese paso inicial, corremos el riesgo de ir apagando fuegos pero no acabar con el incendio. Lo que nos llevaría de forma cíclica y repetida a que cada cierto tiempo nos veamos dándole vueltas al mismo problema.
Probablemente, si le preguntamos a la persona en cuestión cómo cree que se sentirá cuando lo lleve a cabo la tarea que está demorando, nos diga que cree que se sentirá muy bien. Sin embargo, saber que haciéndolo nos sentiremos bien y aliviados, no es lo suficientemente motivador para que las personas lo lleven a cabo si hay, en el otro lado de la balanza, algo que se quiere evitar porque le resulte desagradable. Y esto lo que nos atasca y nos lleva a no hacer a no actuar.
Patricia Díaz-Tendero
Almudena Fuentevilla
© Hadi Psicología y Psicoterapia 2013